Por Techo Díaz.- Greg Lemond es hoy un señor bastante respetado en el ciclismo, ganador de tres tours, azote de Lance Armstrong y del dopaje y hasta candidato a presidir algún día la Unión Ciclista Internacional. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que estuvo cubierto de mierda, como el que más, y así lo relata, entre otros, el mismo Perico Delgado.

Y es que la gastroenteritis es así. Cuando te pilla por banda no te suelta, ni aunque te estés jugando el Tour de Francia. Y si bien para el tema del orín hay algo más de solidaridad, cuando uno tiene ganas de hacer caca en carrera la cosa se complica. Sobre todo si es uno de los favoritos.

Eso mismo le pasó a Greg Lemond en el Tour del 85, según se puede leer en el libro “A golpe de pedal”, que recoge las memorias de Pedro Delgado, ordenadas y recogidas por Julián Redondo. El texto es tan gráfico que merece la pena reproducirlo tal cuál lo cuenta Perico.

“Es lo que se llama una historia marrón. Era una etapa de la primera semana, una etapa llana. No había grandes inconvenientes, pero al final empezó a soplar aire de costado. Se formaron los típicos abanicos y Lemond, uno de los favoritos, compañero de equipo de Bernard Hinault en la Vie Claire, tuvo problemas. Corredores como él están siempre muy controlados por el pelotón. Es bueno estar cerca de ellos, siempre que hay un corte o cualquier situación rara, sobre todo en etapas llanas y con viento, está bien ir a su lado, porque si son ellos quienes se quedan cortados entran rápidamente a colaborar y su equipo se queda a esperarlos. Sin embargo, precisamente en esa jornada todos huían de su lado.

Lemond perdía posiciones, le abandonaban incluso sus compañeros de equipo, aunque sólo por un instante. Lo anormal de la situación es que tratándose de abanicos todos quieren avanzar puestos, situarse lo más arriba posible. Y Lemond no, él se rezagaba y, al cabo de un rato, dos o tres compañeros con él.

-Pedro, ¡qué peste!- me dice uno de mi equipo, que llega desde atrás-. ¡Tío, no hay quien para al lado de Lemond!

-¿Y eso?

-¡Buaff! No veas como viene. Estaba intentando cagar y se lo ha hecho encima.

-¡No fastidies! ¡Habrá parado un momento!

-¡Sí, con estos abanicos iba a pararse! ¡Y a la velocidad que vamos! Bueno, primero lo intentó hacer en la gorra y se puso perdido; y con el aire ha pringado a uno de sus compañeros. ¡Asqueroso, oye! Ya verás, está ahí detrás con tres gregarios. Y no veas la cara que llevan ellos. Le van empujando porque no hay quien pase por su lado.

Pese a lo dramático de la situación, porque la carrera estaba en juego, en torno a Lemond se montó un cachondeo que para qué.

-Tío, vete para adelante, escápate, joder!- le decían unos.

-O te escapas o te quedas atrás, pero por aquí no vengas -le gritaban otros.

En sus proximidades se formó un gran vacío, sólo cubierto por los dos o tres compañeros que le quedaban. Todo eran risas, pero continuaban los abanicos. Cuando la situación se fue normalizando, tuve ocasión de verle y me fijé, porque me había quedado con la copla; el pobre hombre estaba hecho polvo y perdidito: el culotte, las piernas, la bicicleta chorreaban”.

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