Por Techo Díaz.- Hay imágenes que valen más que mil palabras. Imagen que son reflejo de una época, testimonio de una vida, testigo fiel de una manera de vivir que ahora nos sorprendería y que en su momento no dejaban de ser una foto normal, una canción del momento o un capítulo más del serial (televisivo, radiofónico o cantado por juglares) de su momento.

Nos pasa, por ejemplo, con las películas antiguas. Si alguno ha tenido la suerte de ver hace poco Sombrero de Copa se habrá podido dar cuenta que, excepto la escena del baile entre Fred Astaire y Ginger Rogers, paradigma insuperable de la elegancia, el resto de la película está completamente desfasada. Si –incluso bailando así- ahora mismo Fred Astaire entrase en cualquier bar y tratase de ligar con una chica con los modos que gastaba en esa película, no sólo se reirían de él y lo colgarían en YouTube, sino que además pasaría por un completo imbécil.

Pero es que en 1935 se ligaba así. Las verdaderas películas históricas no son las que se ruedan intentando emular la época de los romanos, de los piratas o de los cruzados, sino precisamente las que sin ninguna pretensión de hacerlo reflejan la época en la que fueron rodadas. Son esas a las que la historia pone en su sitio, y las que acaban siendo testimonio, mudo o sonoro, de una forma de hablar, pensar, llorar y divertirse.

 

Y así ocurre también con las fotos y con el ciclismo. Navegando por Internet tuve la suerte de toparme con esta foto del gran Mariano Cañardo, ídolo ciclista de los años 20, de los 30 y aún de los 40. En la foto aparece rodeado de un buen número de militares, que incluso pareciera que le llevan preso por la forma que tiene uno de ellos de cogerle el brazo.

Nada más lejos de la realidad. Mariano era el ídolo de la época y todos querían hacerse fotos con él. Y eso que su atuendo tampoco tiene desperdicio. El maillot Orbea, con tipografía de parvulitos, merecería un post aparte, y las deformidades en la barriga permiten intuir que el ciclista debía contar con algún tipo de bolsillo interior para guardar el agua, el vino o las herramientas necesarias para apañárselas en caso de romper la bicicleta.

Mariano Cañardo, el catalán de Olite, fue ciclista entre 1926 y 1943. Perteneció, entre otros equipos, al F.C. Barcelona, al Orbea, al Dunlop y a otras marcas que ahora no sabríamos identificar. Al igual que millones de españoles y europeos de su tiempo, no tuvo mucha suerte con la época que le tocó vivir. La Vuelta a España no nació hasta 1935, año en que acabó segundo, y en julio de 1936 dejaron de correrse carreras en España. Otro tanto ocurriría en Europa a partir de 1939.

Con todo, Mariano Cañardo llegó a ser sexto en el Tour de Francia y ganó cuatro campeonatos de España, uno para enfundarse el maillot rojigualda y tres para ponerse el tricolor. Ganó dos veces la Vuelta a Marruecos y siete, récord aún imbatido, la Volta a Catalunya. Navarro de origen, catalán de adopción, exhibió desde joven grandes dotes como contrarrelojista y escalador, dejando a sus colegas con un palmo de narices tras conseguir, con sólo 20 años en su primera participación quedar tercero en su prueba fetiche, la Volta a Catalunya.

Su popularidad llegó a ser tal que llegó a ser parte del imaginario nacional, con trazas de superhéroe. Según se relata en amigosdelciclismo.com, en una ocasión, transitando el ciclista cerca de Pons tuvo una avería o un pinchazo y, como mandan los cánones de la época, tuvo que ser el mismo quien lo reparase. Ello hizo que perdiese varios minutos respecto a la cabeza de carrera.

Cuentan que, al verlo desde lejos, sucio y envuelto en nubes de polvo, dos campesinos le gritaron: “¡Cuando logres alcanzar a los corredores, Cañardo ya habrá llegado a la meta!”.

 

 

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